“EL MAGO” MILCÍADES ARÉVALO
Eduardo García Aguilar
Colombia a pesar de los dramas sangrientos, traumas y
taras incesantes de su historia, es un país donde la cultura florece y es a
veces un bálsamo para confrontar la violencia, la soledad y la pobreza. En
todos sus rincones hay gente que se dedica de manera desinteresada y a costa de
su bolsillo a propiciar las artes y a crear espacios para la expresión
artística de los nuevos. Tal es el caso del escritor Milcíades Arévalo, quien
desde 1973 publica contra viento y marea la revista literaria Puesto de
Combate, La revista de la Imaginación, donde a lo largo de cuatro décadas ha
publicado a centenares de autores de todos los puntos cardinales.
Arévalo
nació en Zipaquirá y desde muy temprano, en el cruce de la niñez a la
adolescencia, se trasladó a Bogotá a finales de los años cincuenta a vivir con
familiares en una pensión del céntrico barrio Santa Fe, no lejos de donde
residía el poeta León de Greiff, a quien veía caminar por las calles con los
bolsillos llenos de libros y periódicos. En El oficio de la adoración, relato
de gran calidad literaria, que es una pequeña joya de la literatura colombiana,
el escritor nos relata desde la mirada de la pubertad una Bogotá ya
desaparecida, que hacía la transición vertiginosa del pueblo grande que era a
la urbe moderna.
Los barrios
céntricos todavía eran residenciales y amables, viveros de la clase media
colombiana que inmigraba desde todas las regiones, llenos de colegialas de
falda corta y mujeres de manto que iban puntualmente a misa como en los
pueblos, antes de que se convirtieran en tenebrosos sectores sucios y violentos
corroídos por la decrepitud, la pobreza, la violencia, el tráfico y la
prostitución y que hoy son la materia prima de la crónica roja.
Hacia el norte el narrador de El oficio de la
adoración evoca los barrios más acomodados que iban desde Chapinero al Chicó,
como otras zonas llenas de naturaleza, enormes casas de fantasía de estilo
británico y largas calles y avenidas llenas de árboles y flores a donde a veces
se aventuraba en la exploración solitaria. Todavía la ciudad se limitaba a esas
zonas, antes de que creciera devorando día a día la húmeda y brumosa sabana y
los cerros.
Algo
destacable en el libro es el erotismo que aflora en el joven narrador, seducido
por las adolescentes que cruzaban las calles o las mujeres casadas que lo
adoptaban como a un huérfano de amor y al final cedían a su precoz ímpetu. Esa
mirada de ternura, esa intensa capacidad para dar vida a la gente común y corriente,
al pueblo que lucha día a día para superarse y vivir en medio de la violencia y
la incertidumbre es un canto de amor a Colombia a través de la prosa de
Milcíades Arévalo, impecable, transparente y de una factura de cristal.
Así como
cuenta y hace maravilloso ese mundo desaparecido de la entrañable Bogotá a
través de su cámara literaria, semejante a la de Lewis Carroll, su maestro y
mentor en ninfulofilia, Milcíades Arévalo se ha dedicado a abrir las puertas a
los jóvenes escritores en su revista y en la editorial, que poco a poco, gota a
gota, da a luz libros de poesía, cuento y narrativa. También ha abierto
ventanas a las literaturas del mundo a través de traducciones de autores de
diversas lenguas y en lo que respecta a Colombia, rendido homenaje a los
escritores colombianos alejados del poder, la ambición y la apariencia.
Arévalo ha
vivido la mayor parte de su vida adulta en una casa del barrio La Candelaria,
ese otro maravilloso sector de la Bogotá Colonial que por fortuna sobrevivió a
los embates del progreso. Ahí en esa casa ha fraguado uno a uno los números de
su revista literaria y planificado sus incursiones anuales a la Feria del
Libro, donde su puesto está abierto a las publicaciones que se hacen con amor
por fuera de los grandes grupos comerciales y difunden la otra literatura
colombiana viva, inesperada y creativa, lejos de la monotemática del
narcotráfico, el sicariato y la violencia. Su casa es la guarida de un mago
acompañado de increíbles quimeras y otros animales fabulosos. Milcíades Arévalo
es a la vez nuestro Mago Merlín y nuestro flautista de Hamelin.
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